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THE CLINIC

A fondo con Jorge González: “No soy un ídolo sino un sirviente, lo que me honra mucho”


En su departamento de San Miguel, barrio al que regresó para estar cerca de los suyos, Jorge González conversó con Patricia Rivadeneira sobre todo lo que lo rodea en su nueva vida: la música, la enfermedad, los amores, su mirada sobre Chile, la muerte, y, como siempre, la difícil tarea de ser Jorge González en un país que lo sabe único. Además anuncia dos lanzamientos para las próximas semanas: un disco doble de demos inéditos y un libro con su autobiografía. “Ahí van a conocer a la persona, no al personaje”, anticipa.
(THECLINIC.CL)

Últimamente no has dado muchas entrevistas.
–No, en realidad nunca he dado muchas. Al comienzo, cuando tenía que ser conocido, me di a conocer. Y después, como ya me conocían, pensé que con eso era bastante. Nunca me interesó mucho la idea de mantener una carrera. Me he preocupado más de mantenerme a mí.
Ya llevas un año y medio en Chile. ¿Cómo ha sido vivir de nuevo en tu país?
–Bueno, ha tenido partes lindas y partes incómodas. Lo incómodo es que todos quieren saber quién soy. También es incómodo que hagan tanto tributo, como si me hubiera muerto, cuando en realidad sólo tienen razón a medias. Lo lindo ha sido encontrar de nuevo a la gente que quiero. Me doy cuenta de que los amigos son los amigos, y los amigos ocasionales no están. En ese sentido, no ser noticia me agrada mucho, porque me viene a ver nada más que la gente que me quiere. Los que estaban de paso, parece que no eran tan amigos como decían. Eran más bien interesados. Pero yo los comprendo.
Cuando uno está menos productivo, las relaciones se restablecen más bien por lo afectivo que por lo laboral, ¿no?
–Yo creo que sí. Ahora me doy cuenta de quienes me tienen afecto, hoy día lo sé. Y me alivia mucho saberlo, porque yo soy más de afectos que de laburo. Ya me curé de ser trabajólico, creo. Ojalá así sea. El tiempo lo dirá, no yo.
Aunque la música es un trabajo pero también una vocación.
–Es una elección de vida, en verdad. Yo creo que he aprendido a decir cosas con la música más que con las palabras. Ha sido mi manera de darme a conocer, de tener un lugar.
¿Cómo te sentiste cuando te encontraste con ese público en el Movistar Arena, a fines del año pasado?
–Estaba más preocupado de no caerme. Pensaba: si me caigo, se caen ellos también. Y tengo un poco de razón, porque soy una especie de maestro de ceremonias. No soy un ídolo, sino que al final soy un sirviente, lo que me honra mucho. Pongo lo mío al servicio de la comunidad, y eso es lo que hay que hacer, ser uno entre tantos. Por eso me molesta que me hicieran un ídolo. Porque yo, en verdad, soy más persona que personaje.
Eso es algo que has tenido que trabajar, porque la tentación de convertirse en un personaje de sí mismo es bien grande.
–Sí, pero tomar ese camino es muy difícil. Hay que mantener ese personaje, y es mucho trabajo mantener a una sola persona como para mantener a dos. Yo me fui de Chile para eso, para ser solamente una persona.
Pero en el escenario, como dices, te gusta ser el que sostiene a los demás.
–Sí. La idea es que el público se ponga nervioso, no uno. Eso les trato de transmitir a los chicos que tocan ahora: el músico tiene que estar tranquilo, es la gente la que tiene que estar nerviosa.
Y la persona Jorge, ¿cómo se relaciona con el mundo ahora que has estado con esta enfermedad que te cayó sin aviso?
–No es una elección, precisamente. Es una imposición del destino.
Claro.
–Bueno, he sido cercano como siempre y alejado como siempre. O sea, he sido el mismo. Solamente he cambiado en apariencia.
¿Te enojaste mucho con el destino?
–No, no, estuvo bien. Yo me merecía algo malo, me tocaron demasiadas cosas buenas. Y el destino, en parte, lo hace uno, así es que estoy conforme con ello. “Todo está bien si termina bien”, decía el caballero Shakespeare, y creo que tiene razón. Aunque yo soy más Oscar Wilde que Shakespeare, me gusta esa manera de pensar. “Hope for the best and expect the worst”, me encanta ese dicho.
¿Y cómo ha sido volver a estar con tu familia de origen?
–Ha sido muy rico, y con mi familia electa también. Me siento muy a gusto. Tomo solcito, lo paso bien. Soy yo, en otras palabras. Eso es lo ideal, volver a ser uno.
¿Por qué decidiste volver a San Miguel?
–Porque en La Reina estaba muy lejos de mis amigos, y aquí estoy más cerca de mi familia. Además, conozco mejor este barrio. La Reina era muy aspiracional para mí. San Miguel es más como mi casa, aunque por eso mismo es más difícil, de alguna forma.
¿Por qué?
–Porque es más fácil encerrarse en La Reina que salir a la calle en San Miguel. Pero prefiero lo más difícil, porque sé que es mi destino.
Y ahora que estás con dificultades, ¿cómo sientes que te ve la gente?
–Juran que estoy sano, y que soy de ellos. De alguna manera, tienen un discurso aprendido de que soy una especie de ídolo, o algo así. Y pienso en el ídolo con pies de barro. Pero no pienso mucho. Solamente escapo. Pero escapo hasta el punto en que hoy puedo moverme y esconderme, o sea ninguno. En realidad, a veces es un sueño y a veces una pesadilla, según el día y según cómo uno lo tome. Yo trato de tomarlo como una ayuda, como que la gente necesita ayuda y yo estoy dispuesto a ofrecerla. O sea, ofrecer mi música.
Pero me has contado que estabas cansado de Berlín y ya te querías venir a Chile. ¿Cuánto tiempo estuviste afuera?
–Como diez años. Me fui a México primero, después a España y luego a Berlín. Antes había estado en Nueva York tres años. Pero no me pensaba venirme a Santiago. Yo creo que me voy a ir a provincia, porque Santiago está invivible, creo que para todos, no solamente para mí. Lo único bueno es que ahora se está convirtiendo en una ciudad de verdad, con los inmigrantes. Cuando se ve gente de otro color, sabes que estás en una ciudad.
Y eso ayuda a crear una mayor tolerancia a lo diferente, ¿no?
–En las ideas, sí. En la práctica, está por verse. Vamos a ver si se transforman en guetos. Pero más allá de eso, en Santiago hay una tensión que se nota en las calles, en cambio en las provincias ves relajo, y eso es rico. Pienso que un pueblo es más adecuado que una ciudad, más humano, una escala más manejable. Y parece que creo más en un pueblo con caciques que en un país con presidentes.
¿Por qué?
–Porque un presidente es sólo una imagen, los que mandan están detrás siempre.
¿Cómo fue tu encuentro con la Bachelet cuando te entregaron el premio en La Moneda?
–Fue bastante cómico. Era como Los Simpson, en realidad.
¡Ja, ja, ja! ¿Cómo?
–Era como un Simpson de Jorge González y un Simpson de la Bachelet.
¿Qué impresión te causó? ¿La conocías?
–No, no tenía el gusto y no creo tenerlo todavía, porque conocer a una persona toma más tiempo que una reunión. Además, estábamos en personajes, y cuesta sacarse eso de encima. Se requieren ciertas condiciones. Lo que sí me impresiona es que una mujer sea presidente. No deja de ser algo, como figura por lo menos.

¿Por qué te impresiona?

–Porque tengo una mamá, y parece que algunos se olvidan de eso, porque denigran mucho a la mujer. Yo siempre fui respetuoso con las mujeres. A mi última novia, Daniela, yo creo que le gusté por eso. Porque ella trabajaba conmigo y veía que yo era un jefe que trataba a las mujeres con deferencia, porque les había costado mucho más el puesto que a un hombre. Creo que eso todavía ocurre.

¿Crees que a Bachelet la están maltratando mucho?
–Yo creo que la derecha opina que las mujeres son iguales mientras no dejen de ser sus mujeres. O sea, mientras sean la mujer en la que ellos creen, que es sumisa, ella la china y ellos el patrón. Desgraciadamente, todavía esa gente manda. Y mandará siempre, porque son los que tienen la razón y la fuerza al mismo tiempo.

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