JUAN PABLO JIMENEZ

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EL NECIO

Juan Pablo Jiménez tenía 35 años –el 18 de abril cumplía 36– y más de 10 como trabajador de Azeta, empresa subcontratista de Chilectra. Empezó como chofer. Antes de morir, era supervisor de Servicios de Emergencia.

En el cementerio El Prado, con tumbas llenas de remolinos, una joven conecta su Smartphone a un parlante. “Para no hacer de mi ícono pedazos, para salvarme entre únicos e impares, para cederme un lugar en su parnaso, para darme un rinconcito en sus altares…”, ahora suena El Necio de Silvio Rodríguez. La canción que más le gustaba tocar con la guitarra a Juan Pablo, un instrumento que conocía bien y con el que llegaba a las reuniones que hacía su papá Juan Carlos con sus vecinos en la Villa Los Andes del Sur, en Puente Alto. La misma con que animaba a sus compañeros del Domingo Matte Mesías, el liceo industrial donde estudió la enseñanza media, fue presidente de curso, del centro de alumnos y aprendió sobre Tornería. La misma que llevaba al hombro cuando en los ‘90 iba a una pastoral en el paradero 16 de Avenida La Florida.
 
Aunque había partido a formar su propia familia al paradero 15 de Gran Avenida, mantuvo siempre cercanía con el familión. Con sus dos hermanas, su papá y su mamá, Nancy, que luchó desde que el niño Juan Pablo nació hasta que tuvo cinco años. No fue fácil sacarlo adelante y dejar atrás el Pie bot, una malformación en las extremidades inferiores que requiere sobre todo paciencia para su recuperación.

-Era buen hermano, padre, esposo, hijo y no lo digo sólo en estas circunstancias. Yo siempre le decía ‘llegai a ser hueón de bueno’ –dice Carolina, la hermana de Juan Pablo, ocho años menor, los ojos hinchados de lágrimas en medio del cementerio.

Por eso nadie se explica que el jueves se desplomara sin vida en su lugar de trabajo.


-Nosotros queremos justicia, que se investigue hasta el final. Él tenía dos hijos pequeños… una esposa. Es como si me faltara una mano ahora. Yo no tengo plata para investigar, por eso, si se puede decir que alguien nos ayude… Queremos saber toda la verdad –dice Juan Carlos, papá de Juan Pablo, a quien le gustaba perderse en literatura sobre la Federación Obrera Campesina (FOCH) y que admiraba la CUT. Eso sí, la de 1953, la de Clotario Blest.

Lo que dice la familia, los amigos, los murmullos de las personas que asisten al funeral, es lo mismo. La Policía de Investigaciones, a sólo horas de la muerte del dirigente sindical, lanzó una tesis que no gustó por lo apresurada: “Recabada una grabación de una cámara de seguridad de la empresa, la línea investigativa nos orienta a que el señor Jiménez Garrido fue víctima de lo que se denomina comúnmente como una bala perdida”, comentó el comisario y jefe subrogante de la Policía de Investigaciones, Francisco Orellana

Una tesis en la que no creen su familia ni sus cercanos.


-Por lo que hemos hablado con la familia, se ha llegado a la conclusión de que seguramente mandaron a matar a Juan Pablo porque es muy poco probable que una bala loca le haya llegado de la forma en la que le llegó a la cabeza- dice Javier Saud (22), amigo de la infancia de Juan Pablo-. A pesar de la diferencia de edad, Javier lo recuerda siempre presente en la vida del pasaje Manao de la Villa Andes del Sur. En el guitarreo, las fiestas colectivas de Navidad y los partidos de baby, donde Juan Pablo siempre se lució como arquero.

-Un día yo traje a un amigo futbolista profesional, Hugo Bravo, y el Juan Pablo le atajó todos los goles –comenta César Hormázabal, otro vecino.

Javier entrega otros detalles que los hacen dudar: “Juan Pablo también presentaba hematomas en el cuerpo. En ningún momento los amigos y la familia aceptamos lo que dice la PDI. Nosotros sólo pedimos que se diga la verdad”.

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